jueves, 27 de mayo de 2010

El Armario de 3° Diseño

Dedicado al armario

Era un caos. Llegó tímido y limpio, pero no pasaron más de dos horas cuando se convirtió en el portal une dos universos paralelos: el aula de Tercero Diseño Gráfico y esa dimensión desconocida, un mundo sobrecargado de todo con lo que puede hacerse un colegial de diecisiete años. Y como buenos paraguayos-diseñadores-inmaduros que somos, no podíamos albergar en nosotros lo excitante de poseer un ropero en clase, así que el pobre mueble fue de a poco pagando el pato de los que se olvidaban materiales o de los que simplemente no querían llevar algo a su casa o guardarlo en su mochila. Así, el armario fue llenándose de objetos tan insignificantes como cuadernos, hasta inimaginables, como revistas para catadores de vino y bolsas negras de basura.

Ir hasta él significa una aventura con escasas posibilidades de retorno. Hoy, cuando pasé de casualidad por su lado, caí en la cuenta de cuán protagonista y testigo mudo es de nuestros desaires, sornas, pataletas, peleas, burlas, negociaciones y robos de los que él no puede defenderse desde que el candado que lo cercenaba dejó de existir el mismo día que se colocó y hoy sólo queda la herrumbrada hebilla que intenta unir las dos puertas de ese extraño portal.

Así que, dejando atrás la cursilería medio confundida con fetichismo, decidí revolver en sus entrañas buscando algo que escribir, y me topé con lo suficiente como para sobrevivir a un tsunami; entre revistas, papeles de todos los gramajes y texturas, goma eva, y botellas vacías de agua pertenecientes a Tuky, temí entrar y no salir nunca cuando metí la mano un poco más y encontré algunas chaquetas del laboratorio de Gráfica Computarizada mezcladas entre cajas, bolsas, alcohol, una botella de aceite de lino y otra de aguarrás en un rincón, brochas de todos los tamaños y treinta y ocho cuadros encimados de paisajes al óleo de un año atrás. Entre isopor quemado y un globo amarillo con caricaturas de Las Pu, me topé con los ahorros del curso amontonados en una garrafa en miniatura agujereada en un extremo y empapelada con calcomanías de nuestra fiesta, Hollister y al lado, flotaba inerte en un frasco de formol Vivi, la víbora de Vigo. Al apartarla aparecieron libros de guaraní de años anteriores y maletines aplastados por una pila de baldosas rotas o forradas con imágenes barnizadas, tres tejas de Yanni, y una bolsa al tope de acrílicos y pinceles. En otro compartimento se olvidaron una docena de boceteros y calculadoras pegoteadas con figuritas y un maletín de maquillaje de Chope, más allá uno se topaba con cartulinas de colores sobre un par de jeans y purpurina rosa que pese a sus millones de usos nunca terminaba. A un costado, la canasta de pirí de Claudia conservaba chipas y pastafloras para su venta destinadas a los ahorros del curso, una bolsa de Copipunto hinchada de bollos de papel que cumplían su papel de papel como artillería pesada cuando no había profesores, además de otras cuatro bolsas repletas de envases vacíos de jugo Ades y hasta Puro Sol para un concurso que Kari guardaba minuciosamente cada día.

En su interior, uno tropezaba con juguetes, ropa, carpetas y cuadernos dados por perdidos, cartucheras, lápices, números cortados y sin páginas de Wild, Seventeen, Play Boy de Ariel, restos de tiza pastel y trabajos inconclusos. Como no podíamos dejar de demostrar que nos creíamos diseñadores precoces o tal vez porque no habíamos pasado del todo la segunda infancia, decidimos pintarrajearlo con todo el material que proporcionara color: témpera, óleo, acrílico, marcadores, bolígrafos y tiza pastel entre otros fueron los elegidos para inmortalizar nombres, groserías, fantasías sexuales, secretos de amor y la frase tan célebre Las cosas buenas son para siempre o Hollister 010 en medio de las puertas. Y no sólo su interior servía para algo, encima se apilaban trabajos o cosas dadas como robadas o extraviadas o simplemente cachivaches que no nos animábamos a tirar o poner en su interior, porque iba a parecer demasiado desordenado ya (?)

Y los perros encontraron factible el espacio reducido entre él y la pared como escondite recurso´i en las clases de Religión y Matemática. Ni ahí con el orden meticuloso y papista del segundo diseño por ejemplo, que ordenaba sus maletines por alfabeto y gama cromática.

Cuando volví a éste mundo no pude evitar mirarlo con compasión mientras escuchaba a Norman decir es el paraíso perfecto de un «cateurano» y pensar que un día estaría vacío, pero repleto de maravillosos recuerdos como bien dice su tatuaje Las cosas buenas son para siempre.

¡Grande el Armario!

Natalia Echauri Castagnino

2 comentarios:

  1. Me encantó esta historia!! Dios mío como entran tantas cosas dentro del pobre armario!!! La verdad es que es sorprendente la capacidad que tenemos los seres humanos para acumular enseres inútiles que a pesar de su utilidad no nos animamos a desecharlos, como que nos da miedo desprendernos para siempre de ellos, porque tal vez, por una de esas vueltas de la vida, podrían recuperar aunque sea por un instante su utilidad para nosotros. Mi cartera es como el armario de tu curso... si hiciera un inventario de lo que allí guardo se me entumecerían los dedos de tanto escribir! Creo que hasta cadaveres de pororó infiltrados la ultima vez que fui al cine con mis hijas encontré la última vez que me armé de coraje para vaciar su contenido.

    ResponderEliminar
  2. asi mismo, valeria! mi cartera guarda lo suficiente para que me vaya a Haiti y vuelva otra vez!! este armario esta asi porque estamos en una "edad dificil" donde nos gusta tener todo desordenado- donde somos desordenados jajajaja

    ResponderEliminar